martes, 16 de octubre de 2007

El bicho maldito

El campo no me gusta. Ni los bichos, ni las hojas que te rozan que parecen bichos.
Prefiero la ciudad. Aunque tampoco me gustan las cucarachas...
Hoy, mientras me disponía a hacer la comida, apareció en mi cocina un bicho asqueroso, era negro y largo, e intentaba subir por las paredes de la pica...era repugnante. Escuché mi propio grito, algunos dirían que exagerado, y me ví en una situación que espero no me vuelva a pasar: Yo sola con un insecto asqueroso en mi casa. El bicho estaba en la pica, quería salvar su vida subiendo por sus paredes...debía mantenerlo atrapado hasta que llegara Sergio y le diera su merecido. En ese eterno lapsus de 1 minuto del bichito queriendo salir, me di cuenta que lo que le impedía lograr su cometido eran las gotitas que le salpicaban desde el grifo...entonces, muy meticulosamente, calculé para que el chorro de agua que cayera sea todavía más finito, y así salpicara más. El bicho asqueroso caía y volvía a empezar con todas sus fuerzas. Debería estar cansado el pobre...
Mi plan era mantener el bicho ahogado agonizando hasta que mi amado llegara y de alguna forma mágica lo sacara de ahí y lo aniquilase. Lo llamé y saltó el contestador.
Visto y considerando que YO me iba a tener que deshacer de él, utilicé todo mi guachi-ingenio para salirme de la situación:
Puse el agua bieeeeen caliente.
El bichito quedó inmóvil en la pica.
"Ojalá que el calor le haya derretido", pensé.
Cuando llegué a este punto de "situación bajo control", salí al balcón cuán princesa a ver si aparecía Sergio por abajo y subía a casa de una vez. Pero no apareció.
Entonces volví a la cocina esperando ver el inmundo cadáver del bicho, pero cual fue mi sorpresa a ver que no había nada en la pica.
Nada.
Se había ido por las tuberías.
Justo en ese momento apareció Sergio.
Le describí al horrendo monstruo que había intentado atacarme en mi propia cocina: medía unos cuantos centímetros, tenía patitas y se movía tan vivaz como una serpentina desafiándome, oh osadía, en la hora de comer.
Sergio, entonces, para que me sintiera más tranquila agarró la lejía y vació una cantidad considerable de ésta en la pica para rematar al indeseable.
Al cabo de 5 minutos celebramos la victoria comiendo ravioles rellenos de pera y gorgonzola.
FIN.